Los 17 poetas que se reúnen en esta antología no se conocían. Algunos, es cierto, se habían visto entre ellos, se habían saludado, tal vez habían asistido juntos a alguna clase, o trabajaban en la misma oficina; tal vez, incluso, se habían intercambiado algún poema. Pero no, así, no se conocían.
Nosotros tampoco, y el principio de esta antología fue un poco hundirse en ese desconocer: fuimos tanteando espacios, creando listas, enviando mensajes. Sabíamos lo que se escribía en Nueva York en español, pero era más bien una experiencia de lectura individual, de escrituras aisladas y en cierto modo similares a la vida de la ciudad, de textos inconexos, de caminos que, aunque lo hagan, en realidad nunca llegan a cruzarse.
Los 17 poetas de esta antología no se conocían como unión, como posibilidad de resistencia. Nosotros, lo admitimos de nuevo, tampoco. Y, sin embargo, este libro se fue construyendo así desde el principio, como si esa vocación de resistir hubiera sido, sin que nadie lo supiera entonces, su único motor.
Quizá los criterios de selección que seguimos determinaron ese espíritu. Cansados de antologías cronológicas, correctas, apolilladas, decidimos aprovechar la ocasión y hacer un libro para textos que no tienen lugar: una antología de textos no antologables. Los autores que figuran aquí recibieron una única consigna: debían enviarnos textos que creyeran que un antólogo nunca seleccionaría. Así que esta antología es, para comenzar, un acto de desobediencia contra las antologías. Primera resistencia.
Pero hay más. No funcionamos con ningún tipo de cupo, ni nacional, ni de género, ni de estilo. Sólo quisimos que los autores fueran relativamente jóvenes (y para ello seguimos el criterio de Bogotá 39) y que llevaran al menos dos años viviendo en Nueva York. En realidad, tampoco seguimos ese criterio al pie de la letra: entre ellos hay poetas que vivieron en la ciudad y se fueron y recién regresan y otros que están yendo y viniendo continuamente. Tal vez eso sea lo que más defina la nuevayorquidad de sus poemas, que se resisten a tener un lugar, a anclarse, a quedarse quietos.
Todo aquí parece inaprensible; es decir, todo aquí parece resistente a clasificaciones. Y, sobre todo, el lugar desde el que se escribe. El lugar físico, ya lo hemos dicho, es en cierto modo una relación con Nueva York, un estar y no estar, que se traduce en escribir sobre esta ciudad, a veces, pero en muchas otras ocasiones en llevar los poemas a otras partes, a lugares previos o paralelos, al lugar de origen -ese que figura en las biografías, entre el nombre y el año de nacimiento. Ese lugar de origen aparece en varios de estos autores, pero lo hace sin nostalgia, como si estar fuera permitiese por fin acercarse, comprender ese espacio al que algunos llaman nuestro. Ante eso, otros de estos poetas desterritorializan sus textos, la ubicación espacial queda al margen de unos poemas que se sostienen en lugares simbólicos, que no necesitan ser nombrados.
Así que en esta antología los territorios desaparecen o se revisitan o se confirman o son simplemente la excusa para un encuentro con alguien que es también de un lugar otro. Lo único que parece unirlos a todos es que el espacio es un lugar móvil, que es inconcebible hablar de patrias chicas. En esta antología no hay autores colombianos, ni venezolanos, ni chilenos: hay autores nacidos en determinado lugar, pero que están fuera, que escriben desde un fuera que nunca termina de ser espacio cercado. No hay patrias chicas, pero tampoco, alejémonos de la tentación, hay lo que algunos llaman patrias grandes. Es cierto que los 17 autores escriben en español. Pero al mismo tiempo no lo es. Y no se trata de variantes dialectales, del español de cada Estado o de cada pueblo. Es que la lengua está también fuera de lugar. No es sólo el spanglish, que por supuesto está presente. Es que el idioma es también un espacio sin definir, un préstamo constante de otros idiomas o de otras hablas. El idioma de cada uno de estos autores es testigo también de esa resistencia, tanto a estar fuera como a estar dentro.
Si la poesía es un blanco móvil, aquí es móvil también la mano que dispara. Imposible buscar una poética común; imposible encontrar una tradición con la que ponerlos en diálogo. Al estar en constante movimiento, tratar de identificar las corrientes con las que conversan se revela inútil. La experimentación visual, por ejemplo. Muchos de estos poetas distribuyen sus textos en el espacio -esta vez, el espacio es papel- de maneras que nos recuerdan a cierta poesía contemporánea estadounidense, y sería además lícito pensar que es así, ya que estos autores están constantemente expuestos a la literatura norteamericana. Pero quizá la experimentación visual de los poetas antologados tenga más que ver con las artes plásticas o con la poesía vanguardista de principios del siglo pasado. Aunque lo más seguro es que sea producto de todas esas tradiciones. Algo parecido ocurre con otros aspectos de los poemas: algunos autores recuerdan a la generación del 50 española, pero quién sabe si dichos ecos no llegarán directamente de W. H. Auden, sin pasar por España. Otros autores parecen haber bebido del coloquialismo latinoamericano de los sesenta y setenta, pero quizá tengan más que ver con el spoken word y otras vertientes orales contemporáneas. O tal vez sea al revés. Y así sucede con cada una de las características comunes que hemos tratado de hallar en estos poemas. Que se resisten a la identificación unívoca, al origen preciso y estanco.
Resistentes a definirse de una sola tradición, resistentes a clasificaciones nacionales o estatales, resistentes a un idioma único e inalterable, resistentes a ser cernidos... No habríamos hablado de resistencia si no hubiera algo más. En las páginas que siguen hay poemas de amor y poemas de observación de la ciudad, poemas que son grito y poemas canción, poemas metafísicos, poemas cotidianos, poemas burla. Cada poema, como obra autónoma, se cierra en sí mismo y podrá ser leído y redefinido una y otra vez. Lo que pretende esta antología es, precisamente, sacarlos de esa unicidad, ponerlos en conversación, presentarlos unos a otros, hacer que se conozcan, que se encuentren. Como unión. Ante el aislamiento de la gran ciudad, del individualismo imperante, del sálvese quien pueda, esta antología aspira a reunir a voces que, de otra manera, quizá no se hubieran encontrado. A abrir una brecha ante quien nos separa para mejor someternos; a resistir en su sentido fuerte, nos atreveremos a decir, en su sentido político.
Isabel Cadenas Cañón y Javier Molea, julio de 2011
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