domingo, 14 de agosto de 2011

Nueva York y el surgimiento de una nueva identidad hemisférica -- Por Claudio Iván Remeseira

Ensayo introductorio a Hispanic New York: A Sourcebook (Columbia University Press, 2010) Traducción al español, Claudio Iván Remeseira, Dan Newland y Diana Romero.

NUEVA YORK Y EL SURGIMIENTO DE UNA NUEVA IDENTIDAD HEMISFÉRICA -- Por Claudio Iván Remeseira. Extractos del ensayo introductorio a Hispanic New York: A Sourcebook (Columbia University Press, 2010). Traducción al español, Claudio Iván Remeseira, Dan Newland y Diana Romero.

Independientemente de las etiquetas o clasificaciones lingüísticas, raciales, étnicas o de origen nacional que usemos, aquéllos a quienes en Estados Unidos se conoce bajo el nombre de “hispanos” o “Latinos” han sido parte de la historia de Nueva York desde el nacimiento mismo de la ciudad. Desde esos primeros días, también, su presencia ha dado testimonio de la diversidad que aún hoy frustra cualquier intento por hallar una definición omniabarcante, un término capaz de capturar con unidad y consistencia las múltiples y a menudo divergentes características históricas, culturales y sociológicas de esta población.

Exploradores y navegantes españoles y portugueses, un liberto intérprete africano, judíos sefaradíes huyendo de la intolerancia religiosa, esclavos negros y criados indios, todos ellos vinculados entre sí por el hecho de haber sido en algún momento súbditos del imperio español, tuvieron una participación activa en el estuario del Hudson durante los primeros tres siglos de colonización europea. A comienzos del siglo XIX, Nueva York se convirtió en destino privilegiado de revolucionarios y políticos sudamericanos que llegaron, primero, en busca de fondos y apoyo para sus luchas independentistas contra el dominio español, y para desarrollar contactos comerciales y diplomáticos entre Estados Unidos y las flamantes repúblicas americanas, más tarde.

En particular, la ciudad se convirtió en santuario para los exiliados cubanos que hasta fines de ese siglo lucharon contra el último gran baluarte del colonialismo español en el continente, y para sus compatriotas y otros caribeños desterrados por causas económicas que—en lo que probablemente constituyó la primera migración hispana a los Estados Unidos—buscaban trabajo en las fábricas tabacaleras y en demás actividades ofrecidas por la naciente urbe global.

El flujo de trabajadores e inversionistas de habla española se orientó en principio a Nueva York por ser éste el centro financiero y manufacturero de la economía de plantación del Sur de Estados Unidos y del Caribe, el Mare Nostrum norteamericano de la Era del Destino Manifiesto. El ritmo de las transformaciones políticas y económicas de la región marcó también el de las corrientes migratorias: desde el apogeo del tráfico de esclavos y el expansionismo gringo hasta la Revolución Cubana y más acá, cada una de las fases de la compleja relación que siempre ha existido entre Estados Unidos y América Latina dejó sus huellas en Nueva York.

Cubanos y españoles, los dos grupos mayoritarios hasta las primeras décadas del siglo XX, fueron pronto superados por los puertorriqueños, a quienes el congreso otorgó ciudadanía estadounidense en 1917 con el objetivo de facilitar su reclutamiento para la Primera Guerra Mundial. Con la Gran Migración posterior a la Segunda Guerra Mundial, la población puertorriqueña se convirtió en sinónimo del Nueva York hispano. Los dominicanos, presentes desde antiguo, comenzaron a llegar en gran número durante la década de 1960. A lo largo de toda la historia de la ciudad, inmigrantes de cada rincón de América latina dejaron también su marca, incrementando así los vínculos culturales, económicos y afectivos entre sus países de origen y Nueva York.

Al igual que en otras partes de Estados Unidos, la existencia de esta multifacética población no es ninguna novedad; la novedad radica más bien en la creciente concientización acerca del papel que ella ha cumplido desde hace cinco siglos en la historia de Norteamérica.

Durante la década de 1990, sin embargo, se produjo un cambio radical en el perfil demográfico de la ciudad. La gigantesca ola migratoria que desde comienzos de la década anterior se había volcado desde América latina en Estados Unidos convirtió a Nueva York en la ciudad con la mayor y más diversa población hispana del país. Esta metamorfosis no sólo reflejó lo que estaba ocurriendo en el resto de la nación sino que también transformó a Nueva York en un microcosmos de las Américas: por la mera cantidad de nacionalidades aquí reunidas, ésta es la más latinoamericana de todas las ciudades del continente.

Al mismo tiempo, dicho proceso reafirmó su función como encrucijada cultural hemisférica, función que Nueva York ha cumplido por lo menos desde fines del siglo XVIII gracias a la pléyade de exilados y viajeros hispanoamericanos que vivieron en ella.

Lengua e identidad

Al igual que lo ocurrido con otras oleadas inmigratorias, el inglés se convirtió en lengua dominante de los hijos de esta primera generación hispana. Para la tercera generación, sólo unos pocos podían hablar más que algunas palabras de la lengua de sus abuelos. Pero la ininterrumpida comunicación a través de familiares y amigos con la cultura de origen y, sobre todo, el flujo constante de nuevos inmigrantes, garantizaron la subsistencia --y el crecimiento-- del idioma español.

Como explica Ana Celia Zentella en su ensayo, el contacto entre el español y el inglés produjo un tipo característicamente nuyorican de code-switching lingüístico: el Spanglish. En apenas unas décadas, toda una generación de poetas, dramaturgos y narradores que había crecido en esa frontera lingüística creó lo que Carmen Dolores Hernández llama una escritura híbrida, una literatura que combina la milenaria tradición de la poesía oral traída a América por los Conquistadores con la tradición del spoken-word poetry que a través de la obra de los beatniks, William Carlos Williams y Walt Whitman se entronca con las bíblicas estructuras rítmicas de los Puritanos.

Además del español, todos los idiomas principales de la Península Iibérica – portugués, gallego, catalán y vasco-- y varios de los menos conocidos llegaron también a Nueva York; lo mismo ocurrió con las lenguas indígenas de México, Perú y otros países latinoamericanos. Pero el español ocupa sin duda el lugar preeminente como marcador de identidad colectiva: a pesar de sus diferencias nacionales, raciales y de clase social, los hispanos (y esto constituye una diferencia fundamental con otros grupos étnicos de Estados Unidos) comparten un mismo idioma. En Nueva York, como dice Antonio Muñoz Molina, la unidad lingüística del español se manifiesta en la más rica variedad de acentos y dialectos, lo cual a su vez fortalece en los nuevos inmigrantes el sentido de una identidad común, de manera similar a lo ocurrido entre inmigrantes cubanos y puertorriqueños a fines del siglo XIX.

Este lazo lingüístico refuerza también el vínculo con la herencia cultural de América Latina y España. En su ensayo, Dionisio Cañas explica no sólo cómo Nueva York se convirtió en un punto de encuentro internacional de la cultura hispana, sino también cómo la experiencia de Nueva York se tornó en un elemento relevante de dicha cultura: la ciudad misma, particularmente en un momento en que no había otra ciudad en el mundo que pudiera comparársele como crisol de la civilización moderna, fue asimilada y transformada por poetas y artistas en un tema de la cultura literaria en lengua española.

Desde la figura seminal de José Martí, pasando por Juan Ramón Jiménez, Federico García Lorca, Gabriela Mistral, Diego Rivera, Joaquín Torres-García y muchas otras grandes figuras literarias y artísticas del pasado, hasta la inagotable renovación de escritores, artistas e intelectuales de nuestros días, una perenne diáspora de talento ha hecho de Nueva York uno de los centros indiscutibles del mundo cultural de lengua española. Junto a París, Nueva York es la única gran ciudad que no perteneció al antiguo imperio español y de la cual se puede decir ésto; a diferencia de París, y por las razones que vengo exponiendo, los latinoamericanos pueden reclamarla como propia. El escritor puertorriqueño Luis Rafael Sánchez la llamó capital de Hispanoamérica. Al lado de Barcelona, México D.F., Madrid y Buenos Aires, es uno de los epicentros de la semiósfera global del español …




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